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sabato 9 gennaio 2010

Desarrollo sostenible

El concepto de desarrollo que procura integrar y asociar las dimensiones económica y social con la dimensión ecológica, surge al final de los años sesenta, como resultado de la conciencia de los crecientes problemas ambientales y de los límites impuestos por la naturaleza a la explotación y crecimiento económico descontrolado. Esta preocupación por el medio ambiente se agrega a un debate mucho más antiguo y siempre actual referente a la forma excluyente y concentrada, social y espacialmente, de la acumulación del capital a nivel mundial (Cardozo y Faletto 1975).
Esta percepción indicaba que determinado modelo de acumulación, excluyente, que se utilizaba en los procesos de explotación, establecía una relación centro-periferia, de acuerdo con la cual la riqueza del centro debería corresponder a la pobreza de la periferia, traduciéndose en un nuevo mapa del mundo, en el cual los países centrales, en los cuales evolucionaba la acumulación del capital, traducida en abundancia y opulencia, garantizarían la ejecución de ese modelo por la explotación de los países periféricos, en los cuales predominaban la pobreza y el subdesarrollo.
El crecimiento y expansión de esta periferia, acompañando la trayectoria de los países ricos, constituyó la gran meta del desarrollo de los años cincuenta y sesenta. No obstante, a partir de la comprensión de los problemas ambientales, surge una nueva cuestión política y teórica para los proyectos de desarrollo de las naciones subdesarrolladas: aunque fuera posible en el modelo excluyente, el crecimiento de la periferia en los patrones de los subdesarrollados tendería a agravar el problema ambiental, dado que el límite de la naturaleza imposibilita que todos alcancen los niveles de crecimiento y consumo de los centros más desarrollados del planeta. Esta cuestión ocupó el escenario técnico y político de las últimas décadas, con el tema de los límites del crecimiento y de la distribución espacial de los costos y beneficios de la expansión económica mundial. La convivencia internacional permeada por estas contradicciones se vuelve escenario de sucesivas crisis, que se manifiestan tanto a niveles nacionales como global, identificándose amenazas al modelo de desarrollo, tal como las enumeraró Carvalho:
• Crecimiento de la población en situación de miseria
• Concentración de la renta y de la riqueza
• Inseguridad alimentaria
• Deterioro de partes de la biosfera
• Fragilidad e inadecuación de las instituciones
• Pérdida de la memoria cultural
• Crecimiento de la violencia contra la persona (Carvalho 1993).
Surge, por lo tanto, al final de la década de los sesenta, el concepto de ecodesarrollo, como una “crítica al crecimiento económico ilimitado y su efecto negativo sobre el sistema de auto-equilibrio de la naturaleza que conducía a una estrategia de desarrollo basada en el uso ponderado de recursos locales y del conocimiento de los pequeños productores rurales, aplicables a áreas aisladas del entonces llamado Tercer Mundo” (Sachs, en Fonte 1994). “Se procuraba armonizar los objetivos sociales y económicos con la conservación del medio ambiente, en lo cual se incluye un espíritu de solidaridad con las futuras generaciones. Esto no significa crecimiento cero, como algunos ecodesarrollistas parecían defender al principio. Esto significa, de acuerdo con Sachs, escepticismo en cuanto se refiere a los patrones de crecimiento imitativos y transferencia seria de tecnología y la búsqueda de otro tipo de crecimiento, que proporcionen métodos y usos de crecimiento económico que conlleven progreso social y sean compatibles con la conservación de los recursos naturales y ambientales” (Fonte 1994). Mediante el análisis del conjunto de tendencias globales del desarrollo, se verifica que la nueva crítica tendía a inclinarse al establecimiento de límites de posibilidades del desarrollo de la economía en la escala mundial. Como observa Sachs, “los patrones de consumo de países industrializados no pueden ser sustentados a largo plazo y mucho menos extendidos al resto del mundo” (en Bursztyn 1994).
El tema de la relación y necesaria articulación entre crecimiento económico y conservación del medio ambiente pasa a ocupar espacios crecientes en los debates internacionales, en especial cuando se trata de las relaciones entre países desarrollados y en desarrollo, agregando una dimensión nueva al concepto y a los propósitos del desarrollo, seaeconómico o social. Este proceso se convertirá en el concepto de desarrollo sostenible formulado por la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente, actualmente adoptado ampliamente, y establece que el desarrollo sostenible es aquel que “satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades” (CMMAD 1991). De esa manera, el crecimiento económico y la protección ambiental quedan inexplicablemente relacionados, y la calidad de vida presente y futura se fundamenta en suplir las necesidades humanas básicas sin destruir el medio ambiente del cual depende toda la vida. Al citar el informe de la CMMAD, señala Carvalho: “En esencia, el desarrollo sostenible es un proceso de transformación en el cual la explotación de los recursos, la dirección de las inversiones, la orientación del desarrollo tecnológico y el cambio institucional se armonizan y refuerzan el potencial presente y futuro, con el propósito de atender a las necesidades y aspiraciones humanas” (Carvalho 1993). Y agrega: “Para que haya un desarrollo sostenible se requiere: - que todos tengan cubiertas sus necesidades básicas y les sean proporcionadas oportunidades para concretar sus aspiraciones a una vida mejor; - la promoción de valores que mantengan los patrones de consumo dentro de los límites de las posibilidades económicas y que todos puedan aspirar a ellos de manera razonable;
- que haya crecimiento económico en regiones en las cuales tales necesidades no son atendidas. Donde ya son atendidas, el desarrollo sostenible es compatible con el crecimiento económico, ya que ese crecimiento refleja los principios amplios de la sostenibilidad y la no explotación de los otros; - que el índice de destrucción de los recursos no renovables mantenga el máximo de opciones futuras posibles; - la conservación de las especies animales y vegetales;
- minimizar los impactos adversos sobre la calidad del aire, del agua y de otros elementos naturales, con el fin de mantener la integridad global del ecosistema;
- que los países industrializados retomen políticas internacionales que busquen el crecimiento, el comercio y la inversión” (Carvalho 1993). Desde ese punto de vista, según Viederman (citado por Carvalho) “una sociedad sostenible es aquella que asegure la salud y la vitalidad de la vida y cultura humanas y del capital natural, para la presente y las futuras generaciones. Tales sociedades deben tener las actividades que sirven para destruir la vida y la cultura humanes y el capital natural, y promocionar aquellas actividades para conservar lo que existe, recuperar lo que fue destruido y prevenir daños futuros” (Carvalho 1993).
La sostenibilidad, para Constanza, debe ser entendida como “la relación entre los sistemas ecológicos más abarcadores y dinámicos, en la cual: (a) la vida humana pueda continuar indefinidamente; (b) las individualidades humanas puedan florecer; (c) la cultura humana pueda desarrollarse; (d) los efectos de las actividades humanas permanezcan dentro de ciertos límites, con el propósito de que no destruyan la diversidad, complejidad y funciones del sistema ecológico de soporte de la vida” (Constanza 1991). De manera más concreta, y desde la perspectiva de los países pobres, el desarrollo sostenible es un “proceso cualitativo y cuantitativo de cambio social que compatibiliza, en el tiempo y en el espacio, el crecimiento económico, la conservación ambiental y la equidad social” (Buarque 1993). Para ser sostenible, en consecuencia, el desarrollo precisa asumir una postura multidimensional que abarque desde el aspecto ético, por su preocupación con la equidad, y que sea capaz de incluir variables difícilmente cuantificables, pero
cualitativamente indispensables para la configuración de nuevos patrones de vida para las actuales y futuras generaciones. Por tal causa, el desarrollo debe ser sostenible y sostenido. Es sostenible en el sentido de la sostenibilidad de las bases en que se origina, cuando viabiliza su reproducción, su persistencia, y sostenido cuando se realiza como continuidad, cuando establece un puente entre el pasado, el presente y el futuro. Por una parte, la sostenibilidad en su aspecto temporal puede ser comprendida como la forma en que una sociedad debe garantizar el acceso a la satisfacción de las necesidades de las futuras generaciones. Cómo compatibilizar la producción y el consumo hoy y mañana, utilizando los recursos naturales de tal forma que se posibilite la disponibilidad de los mismos en el futuro, es el gran desafío de la teoría y de las políticas de desarrollo. La crítica al inmediatismo que caracteriza a los antiguos estilos de desarrollo en todo el ciclo industrial moderno, destacó que el crecimiento económico y la expansión del consumo tienen límites y deben enfrentar constricciones en el medio ylargo plazo, sacrificando el futuro. De manera que la búsqueda de abundancia para las actuales generaciones podría significar la escasez para las generaciones futuras. Desde la perspectiva del desarrollo sostenible, con la visión temporal, no es suficiente que las generaciones actuales sean abastecidas. Es preciso que se garantice a las futuras generaciones las mismas posibilidades de disfrutar del desarrollo.
Por otra parte, la cuestión temporal del desarrollo alcanza una nueva dimensión. Ayer, hoy, mañana se presentan no sólo con respecto a la secuencia cronológica lineal, sino como un continuo en el cual lo que se es hoy y las posibilidades de ser mañana se desenvuelven en un proceso histórico, cuyo límites son dictados no sólo por la voluntad humana, sino por la interrelación de fuerzas complejas, contradictorias y complementarias que son, al mismo tiempo, sujeto y objeto de ese mismo proceso.
Sólo dentro de esta concepción se puede imaginar, en la individualidad y universalidad del hombre, el sostenimiento y la sostenibilidad de un desarrollo. Si la individualidad es inmediatista, requiere actitudes que resuelvan necesidades de cortoplazo; la universalidad es atemporal, y puede resguardar la solidaridad entre generaciones por medio de actitudes quepreserven el mediano y el largo plazo.
La solidaridad inherente al desarrollo sostenible subrayada, debe extenderse también a la dimensión espacial para quepueda garantizar su sostenibilidad. Esta comprobación puede fundamentarse en dos motivos principales: el primero surge
de las implicaciones de los cambios económicos y ambientales entre los espacios (países y regiones) de los modelos dedesarrollo adoptados en la historia de las sociedades, que redundaron en una distribución espacial desigual de los frutosdel desarrollo. El viejo modelo produjo y reprodujo formas de diferenciación social, en canto a distribución de riqueza y acceso a los bienes producidos. Esta comprobación hace referencia a la clásica diferenciación entre naciones desarrolladas y subdesarrolladas, y establece un proceso de diferenciación dentro de una misma nación, entre regiones y, asimismo,
dentro de una misma sociedad, donde la miseria convive con la abundancia en un mismo espacio.
No se puede pensar en solidaridad entre generaciones si no existe solidaridad dentro de una misma generación. Es en ese sentido que la noción de desarrollo sostenible remite a la eliminación de la pobreza. Eliminar la pobreza, sin embargo, no puede significar extender a toda la población mundial los patrones de consumo ostentados por las minorías ricas. Eso significa que tampoco alcanza para mantener una minoría rica, con sus patrones de consumo, dentro de un patrón aceptable de equidad; ésta debe ceder en sus aspiraciones de consumo, lo cual complica sobremanera la viabilidad política del desarrollo sostenible y se constituye en uno de sus mayores desafíos.
El segundo motivo surge de la globalización de los efectos de devastación y polución ambiental. La inviabilidad de la tierra pone en riesgo todo el espacio, con independencia de dónde estén localizadas las sociedades. De esa manera, la responsabilidad de la preservación debe ser compartida por todos los pueblos, países y regiones del planeta; de otra manera, no será posible asegurar la sostenibilidad. Es cierto que las sociedades no compartieron históricamente en la misma proporción el proceso de devastación y polución; tampoco usufructuaron, equitativamente, los bienes producidos por ese modelo de producción y consumo. Sin
embargo, se encontraban en el mismo barco, y no pueden eximirse de los riegos alegando que no produjeron aquellos hechos.
Con el fin de que tales contradicciones sean equilibradas, debe pensarse en necesarias negociaciones políticas, donde la distribución de la carga pase por el rescate de la equidad, de la proporcionalidad y de las posibilidades de cada sociedad para satisfacer sus necesidades sin comprometer la capacidad de otras que procuran el mismo objetivo. De cualquier forma, se debe pasar por reformulaciones de la perspectiva del consumo que predomina en el mundo moderno; desde ese punto de vista, es preciso distinguir consumo que es un dato objetivo, relacionado con la producción de las necesidades. El consumo está dado principalmente por la economía; la necesidad no es formulada sólo por la economía, sino por elementos de la naturaleza humana, por los valores sociales, por el imaginario social; son las necesidades las que orientan el consumo, y un término no es reducible al otro. Alguien puede tener necesidad y no satisfacerla, en la medida en que el consumo se resuelve en el aprovechamiento de un bien, y se depende de que ese bien haya sido producido o sea accesible. Las necesidades se refieren a valores y son definibles siempre a partir de éstos; por lo tanto, no pueden ser definidas como racionales o irracionales. Por eso no se puede saber anticipadamente cuáles son las necesidades manipuladas y las “necesidades necesarias”. La visión temporal y espacial del desarrollo sostenible tiene implicaciones importantes sobre las
relaciones y conflictos políticos intra e intergeneracionales e intra e interespaciales.
Si el proceso para alcanzar el desarrollo sostenible “exigirá esfuerzos sustanciales de educación y capacitación, con el fin de aumentar la conscientización y apoyar las modificaciones de los estilos de vida rumbo a formas de consumo más sostenibles” (González 1994), la decisión sobre la prioridad de las necesidades y la posibilidad de sus satisfacciones debe
resultar de un debate democrático, siempre renovado, sea a nivel local o nacional o, incluso, internacional, con la participación de todos los interesados, en especial de aquellos que esperan ver satisfechas sus necesidades. Un patrón de “necesidades fundamentales” para la orientación del consumo tiene que ser tomado en consideración no sólo dentro de una perspectiva temporal, en la cual se definen el hoy y el mañana sino, también y especialmente, dentro de la perspectiva espacial. Esta perspectiva reflejará, aquí y allí, la cuestión de la equidad.
También deben repensarse las necesidades dentro de criterios de equidad; ello permite que surja la cuestión del desarrollo no sólo con un abordaje cuantitativo sino, simultáneamente, cualitativo. Esa perspectiva permite interpretar el desarrollo
sostenible como sinónimo de mejor calidad de vida; esto significa que en la idea de progreso está subentendida una
posibilidad de medición cuantitativa, que esté conectada con la apreciación cualitativa.
En algunos modelos de desarrollo, los dos términos (calidad y cantidad) son percibidos uno en relación con el otro, en la simplicación de que no puede existir cantidad sin calidad y calidad sin cantidad. En tal línea de pensamiento, en la complejidad de las relaciones entre variables del propio desarrollo se corre el riesgo de hacer una opción por la cantidad, que sería mensurable especialmente en cuanto dato económico, en detrimento de otras variables. En los dos casos, lo que se estaría midiendo son cantidades y calidades distintas, y el punto principal que orienta la decisión es estrictamente político.
Según prescribe Sachs, si se toma en consideración esta dimensionalidad de la sostenibilidad, puede observarse que todo
planeamiento de desarrollo que busque ser sostenido y sostenible debe tener en cuenta las cuestiones referentes a las
posibilidades de: a. sostenibilidad social, donde la meta es construir una civilización con la mayor equidad en la distribución de ingresos y de bienes, de modo que se reduzca el abismo entre los patrones de vida de los ricos y de los pobres;
b. sostenibilidad económica, que debe ser hecha posible por medio de una asignación y gestión más eficiente de los recursos y de un flujo constante de inversiones públicas y privadas, de tal forma que la eficiencia económica sea evaluada en términos macrosociales y no sólo por medio de criterio de rentabilidad empresarial de carácter microeconómico;
c. sostenibilidad ecológica, que debe ser lograda por medio del uso racional de los recursos naturales, teniéndose en cuenta el equilibro de los ecosistemas, la preservación de recursos no renovables y la biodiversidad; d. sostenibilidad espacial, por la obtención de una configuración rural-urbana más equilibrada y una mejor distribución
territorial de los asentamientos humanos y de las actividades económicas;
e. sostenibilidad cultural, por la búsqueda de raíces endógenas de los procesos de modernización;
f. sostenibilidad política, que debe ser buscada por el proceso de participación de los grupos y de las comunidades
locales en las definiciones de prioridades y metas a ser alcanzadas (Sachs, en Bursztyn 1994).
La complejidad y amplitud de esos presupuestos generan nuevos desafíos técnicos y científicos, además de políticos, y
afectan la propia estructura de la ciencia y del proyecto científico. No es posible tratar el objeto desarrollo, en su
complejidad, sólo con los métodos disponibles en una ciencia específica. La complejidad exige la interdisciplinariedad.
Como dice Habermas: “el cuadro trascendental en el cual la naturaleza se volvería objeto de una nueva experiencia, no
sería la esfera de funciones de la acción instrumental, sino que el punto de vista de una posible manipulación técnica
cedería su lugar a un tratamiento que, con celo y cariño, libertase las posibilidades de la naturaleza” (Habermas 1983).
El desarrollo no sería concebido más como fruto de una dominación represiva, sino de una nueva dominación libertadora.
Con el surgimiento de una nueva técnica que, “en vez de tratar la naturaleza como objeto pasivo de una posible
manipulación técnica, puede ser dirigida a ella como a una sociedad en una posible interacción. En vez de la naturaleza
explotada, se puede ir en busca de la naturaleza fraterna. El a priori tecnológico es un a priori político en la medida en que
la transformación de la naturaleza involucra la del ser humano y en la medida en que las creaciones hechas surgen de un
conjunto societal y a él reingresan”. (Habermas 1983).
La complejidad del concepto puede ser expresada como un sistema que interpreta el desarrollo a partir de cuatro polos
sistémicos complementarios, concurrentes y antagónicos (como puede verse en la Fig. 1): el subsistema ecológico, el
subsistema económico, el subsistema social y el subsistema político, donde cada uno de ellos es comprendido como
elemento co-organizador, co-autor, co-controlador del conjunto, como aspecto de la integración natural compleja.
Esta noción de orden y cambio permanente es una de las características fundamentales de la propia noción de
sostenibilidad, en la medida en que ésta remite a la idea de permanencia y reproducción.
De acuerdo con Carvalho, “cuatro criterios generales pueden ser establecidos como necesarios e indispensables para la
sostenibilidad, desde el punto de vista económico, social, político, cultural, ecológico o institucional: adaptabilidad,
diversidad, incertidumbre y equidad” (Carvalho 1993 )
La adaptabilidad se refiere a la capacidad de enfrentamiento de nuevas situaciones, mediante la creación de condiciones
de continuidad, de adaptación a lo nuevo, de capacidad y ajuste a los impactos. Esto sucede tanto en las relaciones entre
los seres humanos como en las relaciones que ellos establecen con la naturaleza, y las de la naturaleza con los seres
humanos. En tal sentido, se afirma que una de las características centrales del desarrollo sostenible es la de ser resiliente.
La diversidad, si bien implica una mayor complejidad en los sistemas, representa mayor potencialidad y adaptabilidad y,
de ese modo, mayor capacidad de regeneración o de rescindencia. Permite también mayor posibilidad de interacciones
asistémicas y facilita, así, la comunicación.
“El desarrollo de los sistemas biológicos y sociales presenta mayor capacidad de sostenibilidad cuando mayor fuera su
diversidad interna, sea la diversidad de especies o de etnias, así como también de elementos económicos, políticos,
sociales, culturales e institucionales” (Carvalho 1993).
Del mismo modo, puede decirse que la equidad es un elemento indispensable para que un sistema con tales características
mantenga un equilibrio dinámico en las relaciones entre sus componentes; puede ser identificado como el proceso que
garantiza, en la dinámica de las relaciones entre estos componentes, que se dé la posibilidad o garantía o derecho de que
cada uno pueda reproducir y mantener sus características.
Finalmente, el mismo autor señala la incertidumbre como criterio necesario para la sostenibilidad; esta incertidumbre
resulta de la diversidad, equidad y adaptabilidad, pues “la propia sostenibilidad, sea económica, social, política, cultural,
institucional, biológica, ecológica (...) se da en el movimiento de adaptación continuo de los sistemas abiertos y complejos
a las nuevas contextualizaciones debidas a las perturbaciones potenciales, informaciones externas que afectan la dinámica
externa de un sistema determinado y cuyo control se da por error, mediante la denominada retroalimentación. En
consecuencia, no son previsibles” (Carvalho 1993).
De acuerdo con los principios de emergencia y restricciones de los sistemas, puede decirse, con respecto al concepto de
desarrollo sostenible, que las dimensiones que componen sus postulados “establecen entre sí relaciones específicas de
impactos e influencias cruzados, con intercambio de mutuos efectos transformadores. Estas relaciones encierran tensiones
y relaciones de intercambio de costos y beneficios diferenciados que exigen una selección y ofrecen alternativas diversas
de combinación en el tiempo. El intercambio entre las dimensiones tiene distintas manifestaciones temporales; dependen
de sus ritmos específicos de maduración” (Buarque 1993).
En tal sentido, la presencia de una organización entre variables es equivalente a la existencia de restricciones sobre la
producción de oportunidades. De esa forma, se puede comprender que el desarrollo de ciertos sistemas puede representar
el subdesarrollo de otros, pues en todo sistema no sólo hay posibilidades de ganar sinergia, sino también de pérdidas por
restricciones.
Cuando se hace la crítica de los modelos de desarrollo basados solamente en el crecimiento económico, ello se debe a que
éste significa pérdidas ecológicas, muchas veces irreparables, y la sostenibilidad implica una adecuación de pérdidas y
ganancias entre los elementos sistémicos. Por eso, además de administrar las tensiones entre las diversas dimensiones, el
desarrollo sostenible debe ser capaz de articular de manera adecuada las ganancias y pérdidas de corto plazo con objetivos
y logros de mediano y largo plazo.
Conviene señalar que el proceso organización-desorganización-organización, inherente a la concesión sistémica, que
produce sus efectos intra e intersistemas, provoca ruidos que contribuyen a la instauración de un grado variado de
incertidumbre y dificulta la precisión en la evaluación de esos impactos.
Hay así, siempre, un margen relativo de arbitrariedad en las opciones que se ofrecen para la selección de iniciativas
capaces de maximizar ganancias y minimizar pérdidas, lo que exige una dosis mayor de cautela por parte de los
planificadores del desarollo sostenible.
Por tal causa, el proceso decisorio podrá presentarse como más legítimo si es compartido por los grupos interesados,
situación en la cual “la tarea más importante para los analistas, en situaciones como ésta, será indicar claramente las
alternativas abiertas, permitiendo a quienes participan de las decisiones relevantes efectuar razonamientos fundamentados
sobre los beneficios y los costos de corto y largo plazo (y los riesgos) de cada selección hecha” (Maia Gomes 1992).
De lo expuesto se puede inferir, en resumen, que en el proceso sistémico de desarrollo sostenible:
1. El ecosistema controla el sistema económico y pone límites a su crecimiento; coorganiza el sistema social, en la
medida en que su organización se desenvuelve necesariamente en un determinado espacio, motivando que las
sociedades se adapten a los ecosistemas; indirectamente, condiciona el sistema político, en la medida en que es
coorganizador del social.
2. El sistema económico altera el ecosistema, tanto cuando retira de éste los insumos para la producción de bienes,
como cuando devuelve al ecosistema los residuos de la producción, los desechos, los efluentes y restos bajo la forma
de polución; condiciona lo social limitando o ampliando su capacidad de consumo y coorganiza lo político por la
transformación de relaciones económicas en relaciones de poder.
3. El sistema social actualiza las competencias y actitudes del sistema económico y, complementariamente, reorganiza
la evolución política y adapta el ecosistema a las culturas más diversas.
4. El sistema político coorganiza la actividad económica, mediante la regulación, inhibiendo o incentivando la
preservación ecológica, al tiempo que controla la sociedad como actividad jurisdiccional.
Es evidente que no existe propiamente una confrontación u oposición entre las citadas dimensiones, sino que, como ya
se afirmó, hay una interrelación que puede presentarse bajo la forma de cooperaciones o confrontamientos,
estableciendo tensiones e intercambios de insumos y productos en circunstancias concretas.
A continuación se presentan, de una manera más detallada, las características y dinámicas internas de cada uno de estos
subsistemas (con sus variables centrales), de tal manera que se comprenda mejor cómo se dan estas interrelaciones, antes
de realizar un abordaje más integrado de las relaciones complejas de las variables y la influencia mutua que ejercen entre
sí y con el conjunto del sistema de desarrollo. Conviene señalar, sin embargo, que la utilización de estos recursos
metodológicos debe ser vista como una necesidad analítica, y debe ser tomada, por lo tanto, con las debidas limitaciones.

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